El Real Murcia enseñó el camino, la UD Melilla lo siguió y el San Roque de Lepe ha refrendado un problema grave para el que Claudio Barragán tendrá que buscar pronta solución: el Cádiz se diluye cuando el rival presiona con orden e intensidad. La creación de juego se queda sin ideas, los espacios y las líneas de pase no aparecen por ningún lado. Para colmo, eso se transforma en precipitación y, por tanto, en toma de decisiones equivocadas.

Muy poco ha cambiado en estos tres últimos encuentros a pesar de que por la pareja de mediocentro han pasado Abel Gómez, Garrido, Álvaro Quintana y Mantecón. En la media punta Fran Machado y Lolo Pla tampoco han encontrado esas vías hacia los delanteros al igual que le ha ocurrido a Salvi, Hugo o Kike Márquez desde las bandas. Tan solo Álvaro García se salva porque sus dos goles han significado cuatro puntos en dos partidos infames.

Tampoco los centrales ayudan en la faceta creativa descargando de trabajo a los presionados mediocentros. Las salidas de balón de Josete y Servando se cuentan por errores, agravándose todo ello además por un nerviosismo defensivo que acaba en concesiones que ni el mismo rival espera.

La situación en la tabla sin duda alguna resta gravedad al asunto, pero ello no debe esconder las carencias que el equipo está mostrando cuando el que está enfrente se aprieta los machos. Este Cádiz tiene menos individualidades que el año pasado y tan solo lo colectivo puede evitar echarlas de menos. Por ahora, está lejos de conseguirlo.