OPINIÓN | Cádiz Club de Fracturas con su afición

Se rompió la cuerda de tanto tensarla. Suele pasar. No es la primera vez que ocurre en el fútbol, no es la primera vez que ocurre en el Cádiz y esperemos que queden cuerdas que romper en el futuro. Esa relación entre el Cádiz y su afición ya no es como algunos la conocimos y la conocieron. Ha cambiado, ahora es otro tipo de relación. No sabría explicar qué tipo de relación es ahora, supongo que quienes mandan en la entidad amarilla tampoco lo saben, pero es claro y evidente que las cosas han cambiado. Y, como siempre ocurre en Cádiz, los cambios suelen ser a peor. No falla.

Seamos sinceros, las cosas se veían venir. Quien diga lo contrario estaba ciego o simplemente no lo quería ver. Desde dentro del club se ha perdido el norte por completo desde hace unos años para acá, queda ya muy poco de aquel Cádiz CF del que nos enamoramos y que representaba esa pasión por el fútbol puro, el de antes, el de la guasa fuera y dentro del estadio, el del aficionado representado en el terreno de juego, en el día a día del club, el de la animación al unísono. Si el fútbol en general ya no es lo de antes, el Cádiz no iba a ser menos.

Como no me he puesto a hacer encuestas llamando a personas para pedir su opinión como cierta empresa futbolera, todo esto emana de mi propia opinión, basada en mi experiencia personal y en lo que veo y escucho diariamente. Ahora mismo, la percepción es que el club está solo en una pequeña isla remota a cientos de kilómetros de la costa, y en la orilla se han quedado cientos de cadistas que no tienen ganas ni de nadar hacia esa isla, ni remar en una barquita, ni coger un catamarán. Se enteran de lo que ocurre en esa isla, casi siempre es algo que les disgusta y a seguir escuchando el ruido de las olas. Es lo que suele ocurrir cuando tratas a los aficionados como clientes de una empresa y no como aficionados de un equipo de fútbol. Cuando ves a las personas como números. Gravísimo error.

Y todo esto ocurre, o ha ocurrido, porque el Cádiz, guste o no, no es una empresa al uso. No es “una empresa normal”. No es la típica empresa en la que llegas un lunes por la mañana, te vas un viernes a la hora del almuerzo, y todos los estropicios que hayas hecho en esos días quedan ahí dentro y nadie se entera ni pasa nada. No es una empresa a cuyos clientes les interesen los acuerdos que se cierren con otras empresas, asociaciones o instituciones, sus desarrollos digitales, si aplica o no la Inteligencia Artificial de Skynet o si viene de Cybertron. A sus clientes no les interesa el suelo que compre, ni tampoco los proyectos faraónicos que no llegarán a nada. Ni los movimientos en su consejo de administración. Nada de eso. No es ese tipo de empresas. 

Tampoco es una empresa en la que sus clientes tengan interés por si el vicepresidente ejecutivo de la empresa se saca uno, dos o tres doctorados. De hecho, ni siquiera el Cádiz es una empresa cuyos clientes deban ser otras empresas, como tantas hay por ahí. No. El Cádiz es un sentimiento, es una pasión, en el que cada acto cuenta. Que sí, que es una sociedad anónima, que sí, que tiene sus propietarios. Que sí, que tiene todos los conceptos legales para ser una empresa, si yo lo sé. Pero para evitar situaciones como las que se están viviendo de un claro divorcio hace falta cambiar el prisma. Es una empresa, sí, pero no una empresa como se estudia en primero de ADE y punto. Para hacer este cambio de visión hay que tener humildad para cambiar dicho prisma, aceptar los errores sin inventarse enemigos y actuar con el ánimo de rectificar, claro. Sobre todo, eso, actuar. Y en este caso, es clave tener un corazón cadista y pensar en el bien del club y el cadismo. No sé yo si estoy pidiendo mucho.

En esta línea, quiero dejar claro que un club de fútbol, empresa, o como queráis llamarlo, debe tener inteligencia emocional y empatía. Es complicado, para nada fácil. Pero debe ser así y voy a argumentarlo. La relación entre un club de fútbol y su afición se sustenta a través de las emociones. A través de la alegría, la admiración, la adoración, el antojo, la diversión, el disgusto, la tristeza, el éxtasis, el interés, la satisfacción, su poquito de nostalgia, el triunfo, la simpatía, el enfado, etc. Estos son los ingredientes que mantienen vivo el vínculo de generación en generación. El juego de emociones en el que el club debe ir al compás de lo que sienta la afición en cada momento. En el momento que se pierda ese compás, adiós relación. Deben ser un binomio, que es así como se consiguen los éxitos. Es tarea del club tenerlas controladas, conocerlas, manejar los tiempos con ellas, pero nunca ignorarlas, eliminarlas ni manipularlas. Parece esto la sinopsis de la película “Del revés”, pero de eso se trata y oye, igual estaría bien que alguno se viera las dos películas de Disney, que una cosa es montarse películas y otra muy diferente es verlas.

Es en esta nube de emociones donde una polémica campaña de abonados, el darle vueltas al nombre del estadio (qué pereza me da), el tema de Sportech (más pereza todavía), el tema de las charlas sobre IA, denunciar aficionados, enviar burofaxes, todo eso tras un descenso de categoría y sin mostrar la firmeza que se le presupone al club en el mercado de fichajes solo han venido haciendo más y más grande la brecha entre el escudo y sus seguidores hasta la fractura total. Por no hablar del pésimo ambiente que crean en redes sociales esas cuentas “fakes” que nadie sabe quién anda detrás de ellas, pero este es otro tema. No puede ser que cada dos días haya una polémica en el ambiente cadista. Es insostenible.

Es hora de que, antes de empezar la temporada, en el club cadista aquellos que mandan (que no sé quién manda más que quién) se sienten, se miren a la cara, y se digan las cosas que se llevan haciendo mal desde hace unos años. Pueden empezar por hablar de lo que se está haciendo bien, que eso será ligerito. Pero hay que solucionarlo, se avecina una temporada difícil y desde la cúpula del Cádiz CF hay que frenar ya esta espiral negativa, enderezar el rumbo y reconstruir una nueva relación con la mejor afición del mundo. Es ahora o nunca.

Javier Quiñones Miralles

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