En el inconfundible césped del Nuevo Mirandilla, donde la pasión y sobre todo el drama suelen ser los invitados de honor de un tiempo a esta parte, se vivió un momento captado por la cámara sobre el césped de Portal Cadista. Al finalizar el partido, Sergio González afligía un grito desgarrador al cielo en un gesto que trasciende las palabras.
Esta escena, más que una mera reacción a un resultado adverso, parece ser el reflejo de un cúmulo de emociones acumuladas a lo largo de una temporada de altibajos. En el rostro del técnico se lee la historia de un equipo que lucha, que se aferra a cada posibilidad, y que cada semana se enfrenta a numerosos obstáculos, tanto dentro como fuera del campo.
El grito de Sergio González no es solo suyo; es el grito de una afición, de una ciudad que vibra al ritmo del balón y cuyas esperanzas y desilusiones se ven reflejadas en el espejo de su equipo. Es el grito de un entrenador que sabe que el fútbol, en su esencia más pura, es un juego de emociones, de momentos, de decisiones que se toman en fracciones de segundo y que pueden cambiar el destino de todo un club, y también de su puesto de trabajo.
En su grito al cielo, Sergio González parece estar buscando respuestas, un signo, una señal que le indique el camino a seguir. Es el grito de quien sabe que en el fútbol, como en la vida, no siempre los esfuerzos se traducen en resultados inmediatos, pero que la rendición no es una opción.
Este instante, inmortalizado la fotografía de Jesús Manuel López, será recordado no solo como una imagen de un empate que sabe a derrota ante Osasuna, sino como un testimonio de la lucha incansable de un equipo que lo ha intentado todo y que se va con un punto que sabe a poco de su estadio.