
Un centenar de ellos, muchos desde zonas cercanas y otros directamente desde Cádiz, no querían dejar solos a los suyos y allí estaban para insuflar ánimos desde la única grada del estadio. Sabían de la importancia de este partido y de los tres puntos en juego.
Sus cánticos no pararon de escucharse y estos subieron de volumen cada vez que Villar anotaba un gol. Al final del partido algunos quisieron incluso despedir a los futbolistas al pie del autobús que les traía de vuelta a casa. Sin duda, un ejemplo más de que el cadismo sigue vivo.