
Los jugadores sufrían en el campo. El ritmo de partido bajó ostensiblemente. Las piernas pesaban y coger aire era todo un milagro. Por ello el colegiado del partido acordó aplicar el reglamento en ese momento y, haciendo uso de él, mandó parar el encuentro antes del saque de una falta para que los futbolistas se hidratasen en sus banquillos. Las botellas de agua se convertían en ese instante en el bien más preciado. Repuestos ya con el líquido elemento el choque se reanudó.
Con el avance de la segunda mitad ya la situación, sin ser la ideal para disputar un partido de fútbol, mejoró y no tuvo que repetirse la instauración del tiempo muerto por parte del tinerfeño Pinto Herrera.