Cuando nos dicen que hay jugadores que ganan los partidos solos, que prácticamente juegan él y diez más, muchos se echan las manos a la cabeza si no hablamos de Messi o de Cristiano Ronaldo, o de Lucas Lobos, contra el Celta, ¿verdad?.
Este Cádiz C.F. ya tuvo un parto atípico y difícil. Y todo lo que nace torcido se acaba cayendo por muchos parches que intentemos ponerle a la realidad. A saber, jugadores no comprometidos con la causa, a los que, bien el escudo les pesa, o bien la camiseta les viene de demasiada categoría (y que no deberían vestir un solo minuto más); una planificación deportiva hecha a la prisa y sin una base creíble, a última hora, de retales; una afición hastiada que, a pesar de la ilusión por una nueva temporada, no iba a dejar pasar ni una; un entrenador sin bagaje digno de reseñar, con una apuesta por el fútbol (demasiado ausente en los últimos años por Carranza) pero sin garantía alguna que lo respaldase… y seguro que, si ustedes me ayudan, habrá más puntos.
Pero perderse en todo este laberinto de culpables importa bien poco, porque el Cádiz C.F. ha decidido lo de casi siempre, la destitución del técnico. Salvo aquel atrevimiento del ya siglo pasado, donde hasta cinco jugadores fueron expulsados por no estar comprometidos (acordémonos de los Zapatera, Ortiz, Rafa Bono…), la cuerda siempre se rompe por el lado más ¿débil?...
Esta vez creo que la cuerda no se ha roto por el lado más débil, simplemente se ha roto por uno de los lados. Alberto Monteagudo ha sido un entrenador incapaz de equilibrar su propio esquema de juego, creando unas diferencias abismales entre la defensa y el ataque, llegando a obviar, a veces, la línea medular. No ha sido capaz de motivar a unos hombres que, cuando se han visto con dos partidos torcidos, se han venido abajo rápidamente y han perdido la frescura, la ilusión y muchos hasta el compromiso. Y no ha sido capaz de disciplinar a unos jugadores que han salido de noche, han desobedecido órdenes y han lanzado órdagos como este último de Aulestia, al que se le debería haber caído ya la cara de pura vergüenza.
Así que, en mi opinión, el cese del entrenador es el típico “tiempo muerto” del baloncesto, pedido a regañadientes y obligado por una dinámica negativa y peligrosa que había que parar a la voz de ya. Pero una cosa si es cierta… cuando Manzano, Gaucci, Sinergy entera vamos, los jugadores (sobre todo estos)… cuando toda esta “troupe” esté en casa en Navidad comiendo turrones y abriendo regalos, que recuerden que Alberto Monteagudo se lo estará comiendo fuera del Cádiz… ¡¡y no es el único culpable, ni mucho menos!!
Y es por esto, que aplaudo en principio el cambio de entrenador por todo lo que he expuesto arriba, pero una cosa si debe quedar clara. Para que este aplauso mío no quede como una patochada a medias, ahora tienen que pasar por la “tabla” el resto de culpables. Si ha salido Monteagudo, con él tienen que salir diez más. Estamos en un club, que demonios, estamos en un país donde se va al retrete una empresa de 20 personas y solo tienen la culpa uno o dos, y a veces ni eso. La cultura del “yo no he sido” “ a mi no me mires” “ yo no tengo la culpa” “yo no he tenido nada que ver”…
Lo dicho, si un jugador, salvo los que dije al principio, no gana los partidos solo, tampoco un entrenador hunde solo a un equipo, y mucho más en este caso. Monteagudo… y diez más.
Miguel Daniel Vila
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