El Hospitalet se marchó el domingo con una sensación extraña en sus gargantas, una polvareda ácida se drenaba junto al sudor de sus camisetas, para ellos la oportunidad de jugar en un gran campo, ante una gran hinchada, pero con un matiz distinto, Carranza no era el mismo.
Desconozco si el cuadro catalán había ojeado algún video de la afición del Cádiz o si por el contrario lanzaron tierra a través esperando el desafío y la emoción de una eliminatoria no apta para cardiacos, pero podría asegurar que si hoy tuviéramos a alguno de ellos frente a frente nos dirían que no fue para tanto.
Porque después de desplegar nuestras mejores armas en un recibimiento soberbio –cada vez mejores– la afición no empujó con aquella fe ciega que contagia Calderón, no empujó como cuando el portero del Nàstic se metió aquel gol en su propia portería dando una patada al aire.
Antaño los goles los marcaba Carranza con un ahínco descomunal, brutal y sin precedentes en las categorías en las que andábamos, quizás podríamos servir como tesis doctoral de cualquier joven extranjero que viniera a estudiarnos, por la rareza social y cultural del evento. Pero el domingo no fue uno de esos días.
Los visitantes cuando Carranza duda se encuentran algo más cómodos de lo habitual, se gustan cada vez más y logran que el equipo local sea el que tenga la necesidad, la incomodidad de no hacer las cosas bien mientras ellos continúan creciendo minuto a minuto.
El Hospitalet no ha sido tonto y ha colgado desde el primer instante al Cádiz la etiqueta de favorito, la etiqueta de la necesidad imperiosa del ascenso, la ansiedad, el que tiene más que perder. Mientras ellos han vendido que son un equipo humilde, de barrio, con algunos jugadores buenos que no pueden hacer nada ante el éxodo a grandes canteras con dos gigantes como Barcelona y Espanyol.
Una pantomima y una farsa, fríamente vino bien esa cura de humildad, hemos entrado cuartos tras una temporada nefasta –pese a que la anterior fue innombrable–; nos han demostrado que con el escudo y la historia no se gana. Ahora nos toca nosotros ir allí, con la etiqueta de “el Cádiz no es tanto como lo pintan”, que se lo crean, colguémosle a ellos la ansiedad de ganar, aprovechemos los espacios y corramos como si fuera el último partido de nuestras vidas, con nuestras gargantas, con el corazón. Con aquel ahínco descomunal que nos llegó a creer y a vencer en las tardes que todos nos daban por muertos, a volver a emerger el submarino.
Hospitalet espera, no nos defraudéis.
Yasser Tirado
Aficionado al Cádiz CF y redactor web memoriasdeunbar.com