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Ganar el Trofeo |
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13.08.2011 |
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Después de que el Cádiz sumara su octavo Trofeo Carranza, la euforia se ha instalado en la afición amarilla, tan escasa que anda de satisfacciones en los últimos años, lo que se ha materializado en la vuelta de las colas a las taquillas de fondo norte. No es una reacción infundada. El equipo cadista ofreció una extraordinaria imagen, especialmente en la final, consiguiendo dejar su portería a cero ante rivales de la talla del Málaga y el Udinese, donde una sola de sus estrellas cobra más que toda la plantilla cadista. Los menos optimistas alegan que ambos equipos jugaron relajados mientras que el Cádiz, como siempre que afronta su Trofeo, estaba “hipermotivado”. Es cierto pero también lo es que el fútbol no es sólo una cuestión de motivación y que el equipo cadista probablemente fuera el menos trabajado de los cuatro competidores por la llegada masiva de nuevos jugadores dándose la circunstancia de que algunos de ellos saltó al terreno de juego sin apenas haber entrenado. Además, todos los años ocurre lo mismo, que el Cádiz se toma el Trofeo más en serio que nadie, pero no siempre lo gana.
Si tiramos de historia, uno podría pensar que casi mejor no haber ganado el Trofeo. De hecho, los tres últimos títulos que se consiguieron fueron acompañados de otros tantos fracasos ligueros. Incluso en los década de los 80 y los 90 se solía decir que a mal Trofeo, buena liga y que a buen Trofeo, mala liga. No llego a estos extremos pero sí creo que hay que relativizar los éxitos y los fracasos de la pretemporada porque el fútbol de verano se parece muy poco al fútbol normal y porque los equipos no se terminan de hacer hasta que transcurren las primeras ocho o diez jornadas de liga. Además, el planteamiento táctico del Cádiz ante el Málaga y el Udinese no tendrá nada que ver con el que deba aplicar para superar al Sporting Villanueva y al Caravaca.
Entonces, ¿para qué sirve ganar un Trofeo? Volvemos al principio. Sirve para que el gaditano vuelva a hablar de equipo de su tierra con alegría. Sirve para que el cadista se vuelva a enfundar la camiseta amarilla. Sirve para que algunos, al menos, se replanteen si hacerse o no abonados. Sirve para que el aficionado se sienta identificado y representado con unos futbolistas. Sirve para que disfrute el chiquillo que no tiene edad para distinguir un título oficial de un trofeo de verano. En resumen, sirve para transmitir esperanza e ilusión. Esa ilusión que no mete goles pero mueve montañas. Enhorabuena al cadismo.
Antonio del Hoyo