PARÁBOLA DEL POTRILLO RENCO
Érase un potrillo, de padres salvajes, que nació en una humilde cuadra con un pequeño problema de caderas que le dejó algo renco de por vida, lo que le impedía trotar y galopar con normalidad. Su ímpetu y amor propio por galopar como los demás hizo que se ganase el cariño y admiración de toda la caballeriza. El potro gozó del cariño y favores de toda la comunidad y fue criado con mucho cariño y alentado en su progresión, tanto por el propietario de la cuadra, como por sus cuidadores, como por los jockeys que lo montaron, como por toda la aldea en general. Tanto es así, que llegó a participar en importantes carreras, donde a pesar de sus manifiestas dificultades, consiguió meritorios logros, que fueron celebrados con algarabía por todos, ganándose así la popularidad en toda la comarca.
La cuadra fue ganando en prestigio y popularidad, convirtiéndose en una de las más relevantes, llegando incluso a conseguir una plaza para participar en la carrera de caballos más importante de la región, el Gran Nacional, donde sólo compiten las cuadras más importantes, con sus mejores caballos.
Todos estaban muy ilusionados con poder participar en esta carrera y aunque se tenía claro quien sería el jockey que llevaría las riendas del equino elegido, había muchas dudas y especulaciones respecto al caballo que sería seleccionado para participar en tan trascendental evento. Esta decisión no era una cuestión fácil. Había que trabajar mucho y elegir bien, pues era una oportunidad maravillosa y se iba a correr contra los mejores caballos montados por los mejores jockeys. Era necesario hacer un importante esfuerzo para poder competir entre ellos. Y fueron muchos los caballos candidatos a representar a la cuadra y muchas las posibilidades de elección, pero finalmente el propietario de la cuadra tomó una decisión inesperada para todos: el caballo elegido sería el potrillo renco. Fueron muchos los que dudaron de esta decisión, pues aunque todos querían y mostraban su cariño al potrillo, no era menos cierto que participar en tal carrera era una oportunidad maravillosa para la cuadra y el potrillo podía ser una opción muy débil para competir. Pero el propietario confiaba plenamente en él y no estaba dispuesto a aventurarse en la adquisición de nuevos caballos. Respecto al jockey que debía cabalgarlo, no se sabe si puso alguna objeción al proyecto, pero lo cierto es que aceptó participar con él, aún a sabiendas de lo dura que iba a ser la carrera.
Y llegó el tan esperado día. Los más majestuosos pura sangre se daban cita en la línea de salida, con capas de colores variados, alazanes, retintos, tordillos, colorados, cuerpos largos y esbeltos, fuertes grupas, extremidades largas, gráciles y musculosas, y cabezas estiradas y alertas. Y allí, en medio de todos ellos, nuestro simpático potrillo, orgulloso, expectante e ilusionado.
Cuando el operario dio la señal de salida, el potrillo echó a correr con todas las fuerzas que llevaba dentro y consiguió mantenerse dignamente dentro del pelotón medio. Todos sabían de sus limitaciones, comenzando por el entusiasta jockey que lo cabalgaba, pero su ímpetu y su corazón en la carrera parecían sobreponerse a sus limitaciones físicas. Pero esta carrera no era como las otras en la que el potrillo había competido. Se trataba del Gran Nacional, la carrera más dura y competitiva. A mediados de la carrera comenzaron a padecerse las secuelas del esfuerzo. El potrillo ya no daba más de sí y se iba desinflando poco a poco, descolgándose cada vez más del grupo. Pero nuestro protagonista no corría solo, todos le alentaban desde la barrera y le insuflaban ánimos y fuerzas para no desfallecer y mantenerse en el esfuerzo, a lo que el potrillo respondía generosamente y con todo su corazón. El jockey, con la mirada fija sobre sus crines, lo fustigaba para mantenerlo competitivo, aunque haciéndolo a veces de forma desorganizada y a destiempo. Estos errores en la monta fueron aprovechados por algunos para, de forma sibilina sacar viejas obstinaciones y rencillas para hacerle descabalgar. La carrera llegaba a su fin, y el potrillo, exhausto por el esfuerzo y evidenciando claramente su renquera, se mantenía en el esfuerzo y sin desfallecer por evitar las últimas posiciones. A pesar de todos los ánimos, esfuerzos y sacrificios, resultó imposible evitar lo inevitable y el potrillo cruzó la línea de meta en las últimas posiciones, y aunque lo hizo con la cabeza bien alta y orgulloso de su rendimiento, no pudo evitar el fracaso objetivo de la clasificación, impidiendo con ello la participación de la cuadra el año próximo en tan magnánima carrera.
A la hora de buscar responsabilidades en haber desaprovechado tan magnífica oportunidad para mantenerse entre los mejores para las próximas carreras, hubo opiniones para todos los gustos: unos las centraban en el jockey, bien fuese por algunas de sus decisiones en la monta, bien por haber aceptado competir con el potrillo a sabiendas de sus limitaciones; otros las centraban en el propietario de la cuadra y en su decisión de elegir al potrillo renco para participar en tan competitiva carrera; otros responsabilizaban a los cuidadores que apostaron por el potrillo, etc. Pero una cosa quedaba clara para todos. Y es que nadie, absolutamente nadie, podía culpar, ni responsabilizar al potrillo, ante el cual, lo único que cabía hacer al finalizar la carrera era reverenciarse ante él y reservarle un lugar privilegiado en la historia de la caballeriza.
Manuel Granado Palma