En medio de la desierta calle principal emergen dos figuras. Desafiantes. Una frente a la otra, con las manos temblorosas junto a sus fundas y a escasos centímetros de las pistolas. Como en esas películas rancias del lejano oeste americano. Así imagino la situación entre Vizcaíno y Pina. El cadismo sin embargo es el sufrido habitante de esa ciudad, harto de que siempre sea ella la elegida para este tipo de espectáculos, y que solo puede esperar escondido y con resignación saber quién será el vencedor.

Dos vaqueros vienen desde más allá de la frontera de la ciudad y la han elegido para desafiarse a duelo de egos. Sin testigos. A lo más, algún partidario de uno u otro, bien pertrechado para que ninguna bala le alcance y expectante a que su amigo no sea el que muerda el polvo. Si cae, tampoco va a defenderlo. Una vez todo acabe, la cuestión es acabar vivo y ser sordo, ciego y mudo para todo el que pregunte.

Por cierto. Ciego y sordo debe haberse vuelto el CSD. Porque hace un año y medio si decías las palabras ‘Quique Pina’ o ‘Granada CF’ te arriesgabas a que poco menos te llevaras una patada en la boca. Ahora hay que ver con la ligereza y tranquilidad con lo que lo hacen algunos.

Miguel Ángel Vallecillo