Los cadistas toman la ciudad tras el ascenso

A las seis y cuarto se pone en marcha la comitiva, que enfila rápidamente la cuesta que conduce a la avenida José León de Carranza. De repente, algo ocurre: el segundo de los autobuses, atestado de medios de comunicación y familiares de los futbolistas, es incapaz de subir la empinada pendiente de asfalto y no hay más remedio que hacer bajar, momentáneamente, a la mitad del pasaje del vehículo para que éste, por fin y a trancas y barrancas, concluya su escalada y asome a una expectante avenida.

La arteria principal de la ciudad se va tiñendo rápidamente de amarillo. Los seguidores que salen al paso de la caravana no dudan en acompañarla en una travesía de lo más variopinta. Cincuentones a medio afeitar y en paños menores dejan lo que se traían entre manos y se asoman a los balcones de sus domicilios para aplaudir a la marea amarilla en que, a la altura del hospital Puerta del Mar, se ha convertido el desfile. No hay nadie en Urgencias, a nadie le duele nada en ese momento. Celadores, anestesistas y practicantes se han lanzado a la calle y aplauden al autobús cadista.

Los que vienen de la playa se acomodan en sus tumbonas al pie de la carretera para observar con una sonrisa de oreja a oreja el espectáculo. Junto a la iglesia de San José, la estatua del general San Martín a caballo muestra en su muñeca alzada una bufanda azul y amarilla. Parece saludar al gentío. El calor se hace insoportable y a alguien se le ocurre iniciar una pelea acuática entre los dos descapotables amarillos. Periodistas contra jugadores y nadie sale perdiendo. Los salpicones de aguas se agradecen y hacen más agradable el camino.

Ya son las siete de la tarde. Casi una hora después de que la cabalgata cadista dejara Carranza, los dos autobuses atraviesan las Puertas de Tierra -ahora mucho más despejada que la madrugada anterior- e inicia su descenso por la Cuesta de las Calesas. La sinfonía de cláxones que ofrecen las decenas de motos que siguen de cerca el peregrinaje hacia el barrio de Santa María domina el hervidero en que se ha convertido el entorno de la antigua fábrica de tabacos, hoy Palacio de Congresos. La estatua de las cigarreras, totalmente engalanadas con bufandas y banderolas cadistas, saluda en la llegada al Convento de Santo Domingo.

Las puertas del templo, abiertas de par en par ante el gentío que abarrota la calle Plocia, aguarda a sus privilegiados visitantes. El obispo de Cádiz, Antonio Ceballos Atienza, y el prior del templo, Pascual Saturio, atisban desde el altar la entrada de los integrantes del club, a los que van saludando uno por uno. Tras la bendición y el rezo de un Avemaría, el obispo comenta en su escueta intervención: "Cada vez que oigo ¡ese cadi oé!, la emoción me invade". El presidente, Antonio Muñoz, y el capitán amarillo, Oli son los encargados de subir a colocar el ramo de flores ante la Virgen del Rosario y, a continuación, los primeros en firmar en el libro de visitas de la iglesia.

La primera escala del festivo itinerario del Cádiz está hecha. Ahora aguarda, una esquina más adelante, la plaza de San Juan de Dios, donde ya se han congregado miles de cadistas que esperan con impaciencia que el autobús asome en la lejanía.
 
Fuente: www.diariodecadiz.com.

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