Se acabó. La pesadilla murió. El sueño se abrazó por fin en el Rico Pérez, donde la herida abierta por un penalti fallado por fin termina de cerrarse. En Alicante, donde el camino por el abrasador desierto termina. Adiós al barro, al fango y al miedo. Adiós a la Segunda División B.
Fue en el año menos pensado, cuando nadie fue más que nadie. Cuando el escudo encontró la humildad y el trabajo por fin dio sus frutos, aprendiéndose de una vez por todas que ni la camiseta ni el escudo eran capaces de ganar partidos.
El año en el que la mochila de la ilusión volvía a romperse, vaciarse, hasta que un tal Álvaro Cervera, con un saco en sus manos, restauraba con ingredientes basados en el orden, trabajo y sacrificio los niveles necesarios para escapar de la categoría de bronce.
Por Miranda de Ebro, por Valdebebas, por Lugo, por L'Hospitalet, por Oviedo, por San Mamés. El Cádiz volvía, tocaba las puertas del cielo y estas fueron abiertas. En Alicante. El año menos pensado pero el más soñado. El Cádiz, señoras y señores, regresaba a Segunda División y dispuesto a soñar.