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El cadismo es cosa de familia |
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12.01.2011 |
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Es mi primer artículo de opinión y, por tanto, se hace obligado empezar por la presentación. Muy buenas, lector y lectora. El firmante se estrena hoy como columnista de opinión en Portal Cadista. ¿Mi mérito? Eso habría que preguntárselo a los que me han dado esta oportunidad. Sólo se me ocurren dos motivos: uno, que soy cadista, como tantas otras miles de personas, y, otro, que colaboro en la cobertura de los partidos del Cádiz B en El Rosal.
Como la mayoría de los seguidores de un equipo de fútbol, mi pasión por el equipo amarillo viene heredada. En mi caso, fueron mis tíos Adelaida y Antonio los que, un buen día, decidieron llevarme con ellos al viejo Carranza. De eso hará ya unos treinta años y nunca me cansaré de agradecérselo. Por el Cádiz he conocido a los que hoy son mis mejores amigos y por eso puedo decir que el equipo amarillo me ha dado muchísimo más de lo que me ha quitado. No obstante, el fútbol sigue siendo para mí cosa de familia. Un buen día, mi primo Jesús se animó a venir conmigo y, más de diez años después, sigue a mi lado en las gradas de Carranza. Unos años más tarde, fue su hermano Pablo el que se apuntó a la locura amarilla y, a sus quince años de edad, ya guarda no pocos carnets de abonados. No estoy sacando pecho porque sé que no hay nada excepcional en esta historia de mi vida futbolera. Cuántos cadistas pueden contar historias similares a la mía. Sus padres, sus tíos, un hermano o incluso unos buenos amigos, les inocularon la pasión por el equipo de su tierra y, pese a tanto a descenso, pese a tanta penuria, pese a tanto Madrid y Barcelona, siguen ahí los corazones latiendo sangre amarilla.
Y es que el cadismo es una herencia, como los ojos verdes o el pelo castaño, que se transmite entre generaciones. No es una herencia genética, no soy tan romántico para pensar que se pueda nacer cadista, pero sí es una herencia de la vida diaria. Desde sus primeros años de vida, el niño se va imbuyendo de la magia, la alegría y la pasión que el escudo del triángulo transmite en su familia y a partir de ahí, surge el cadista. Precisamente no vivimos tiempos de alegría y magia sino de ruptura, de desesperanza, de decir que uno es cadista con la boca pequeña y asomando un atisbo de amargura. Los sucesivos reencuentros con la temida Segunda B, la caótica situación del club, los tejemanejes de los máximos accionistas, la inexistencia de un proyecto institucional serio, la discreta imagen que viene ofreciendo el equipo… son demasiados motivos en contra de seguir montado en este barco llamado Cádiz Club de Fútbol. Son tiempos en los que hablar del nuestro club es sinónimo de tristeza y cabreo y así es complicado y hasta poco recomendable “procrear” a nuevos cadistas.
Pero no es esto lo peor sino la posibilidad, cada vez más comentada, de que un día nuestro club no sea capaz de soportar tantas frustraciones y tantas deudas y se ponga fin a su centenaria existencia. Entonces no tendremos nada que transmitir a nuestros hijos y sólo nos quedará el falso consuelo de que sean madridistas o barcelonistas, o que pasen del fútbol. Por eso quiero terminar ésta, mi primera columna, pidiendo a esos señores que nos mal dirigen y juegan con nuestro sentimiento según sus intereses que, al menos, nos permitan trasladar nuestra pasión a los que están por venir. Esa esperanza es casi lo único que nos han dejado.
Antonio del Hoyo