Calderón
  16.02.2011 Comparte

 

A falta de fútbol de élite y de cualquier clase de fútbol potable en la hierba de Carranza, de vez en cuando uno se dedica a alimentar su envidia echando un ojo a las noticias de los equipos de Primera y Segunda, o como se llamen ahora por cuestiones publicitarias que a un servidor no le afectan porque no ha visto un duro. A lo que iba. El otro día leo que el Albacete ha destituido a Antonio Calderón como técnico del equipo manchego. El gaditano no ha podido sobrevivir a la racha de cinco derrotas consecutivas en los que su equipo ni siquiera ha sido capaz de marcar un gol, excepción hecha de los que han entrado en la propia portería. Quién le mandaría salir de Huesca con lo tranquilo que estaba él empatando a cero o ganando y perdiendo por la mínima.

Del Calderón futbolista sólo tengo halagos. Era un jugador de mucha clase y un grandísimo toque de balón, un fruto de esa cantera cadista que no ha vuelto a vivir tiempos como aquéllos. Sin embargo, como entrenador nunca ha sido santo de mi devoción. Desde que dirigía al Cádiz B me pareció un técnico caprichoso y tan terriblemente conservador que me aterraba la posibilidad de verle en la élite. Pues un día, con el Cádiz iniciando su cuesta abajo como entidad, le dieron la oportunidad. No hizo grandes méritos para ello, simplemente había que ahorrar. La cosa no le fue mal al principio pero, tras la venta de Lucas Lobos, el equipo empezó a caer en picado hasta que le destituyeron a falta de ocho jornadas. No dijo ni mu cuando le quitaron al mejor jugador del equipo y así se lo agradecieron. Para la historia, esa alineación titular en Salamanca con Fleurquin, Bezares y Miguel García y sus declaraciones posteriores: “sacar a tres mediocentros defensivos no significa que el equipo lo sea”.

 Foto: Eulogio García Romero - portalcadista.com

Entonces llegó su amigo Petón y se lo llevó a Huesca, como antes ya se lo había llevado a Escocia. El sitio no podía ser mejor. Un modesto club recién ascendido de una ciudad pequeñita y con una afición que nunca ha visto gran fútbol. El banquillo perfecto para un entrenador como Calderón. Le fue bien y, por dos veces, consiguió mantener a su equipo en Segunda, a costa, entre otros, de un Cádiz a la deriva. Este verano llegó a un lugar de la Mancha y allí intentó hacer lo mismo pero Albacete no es Huesca. Allí, las circunstancias y las exigencias históricas son otras y, al final, las carencias terminan dando la cara. No pasa nada. Al bueno de Calderón siempre le quedará el equipo oscense y… el Cádiz.
 

Antonio del Hoyo

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