|
Se marchó tal y como llegó, sin hacer ruido... |
|
01.09.2011 |
|
Días atrás asistíamos con estupor a la triste noticia del hundimiento del Adriano III (Vaporcito de El Puerto) en aguas de la bahía gaditana. No es que quiera hacer apología de lo clásico; ni rendir, lo que yo considero como desacertado homenaje póstumo ( ¿Por qué no se reconocen las cosas mientras están en vida o simplemente en servicio? ), al barco que fue símbolo de toda una provincia.
Este verano que se nos termina ha deparado la despedida de verdaderos iconos de la sociedad gaditana, tanto en lo político, con la salida de Cabaña de Diputación, como en otros aspectos; en lo que al fútbol respecta, destacar el hecho de no poder ver cada 15 días a jugadores que lo dieron todo por la camiseta amarilla, luchando y batallando por cada balón como si fuera el último. En efecto, me refiero al eterno 3 y 8 del Cádiz, Raúl López y Enrique, respectivamente.
Perdónenme ustedes que pase por alto la trayectoria del “Oh Capitán, mi Capitán” ( como bien narraba Javier Lacave hace ya más de un lustro ), pero esta misiva va principalmente dirigida a aquellos que, como yo, admiraban el juego y derroche de aquel menudo extremo llegado del Cacereño en el invierno de la temporada 2003-2004, Enrique Ortiz, Enriquinho, EO8, o como a usted le plazca llamarlo.
Con la ficha no cursada de Enrique no solamente se va el máximo goleador y asistente de los últimos años, ahí están las estadísticas que lo demuestran, sino el último vestigio del 11 de Chapín, ese equipo que se recitaba de carrerilla y que tantas tardes de gloria nos dio. Tal vez pudo ser allí, en la vecina localidad de Jerez, dónde Enrique empezó a escribir su página de oro en el seno cadista, sufriendo aquel penalty que permitió a Abraham Paz abrir más brecha en el marcador que a la postre nos daba el ascenso a 1ª división.
En las primeras temporadas en el Club, Enrique se caracterizaba por sus asistencias y no tanto por su faceta goleadora, podrán recordar ustedes esos centros desde banda derecha que los Pavoni, Oli o Sesma enviaban a la red sin remisión, todo ello sin descuidar sus “golitos”. Recuerdo algún gol del extremeño, sobre todo uno al Athtletic de Bilbao en las primeras jornadas de 1ª división, que si mal no recuerdo, nos dio la victoria por la mínima.
En éstas últimas temporadas se ha destapado como un goleador ocasional, lo que le ha permitido entrar en el ranking de los 10 máximos anotadores de la centenaria historia de nuestro equipo.
Su estilo de juego era inconfundible en cualquier campo de la geografía española, no era especialmente habilidoso, tampoco tenía una depurada técnica y la velocidad no era su fuerte; pero con todo y con eso, ha sido uno de los jugadores más destacados del equipo amarillo en los últimos tiempos. Algunas de las carencias descritas anteriormente las suplía con veteranía y picardía, piensen ustedes cuantas tarjetas amarillas y expulsiones ha sacado a sus rivales, a cuantos defensas ha defenestrado a base de, porqué no decirlo, piscinazos que fueron pitados por los árbitros y un largo etcétera de tretas que se ingeniaba el bueno de Enrique.
A un sector de la afición nunca llegó a gustar, pero algo deberían verle los entrenadores que lo tenían a sus órdenes entrenamiento tras entrenamiento, puesto que cada año se asentaba en el equipo inicial. Me vienen a la mente algunos de los refuerzos que vinieron a hacerle competencia, una lucha que siempre tenía un mismo resultado, Enrique titular.
A su llegada desplazó del equipo a Dani Navarrete y en las siguientes temporadas tuvo que vérselas con jugadores como Estoyanoff, Obiorah, Nano, Kosowski, Álvaro, Velasco, López Silva... el único que recuerdo que llegó a sentarlo en el banco en más de una ocasión fue, el ahora valencianista e internacional, Pablo Hernández, el motivo parece bien claro.
A Enrique podríamos denominarlo como un jugador camaleónico, puesto que ha jugado en las tres primeras categorías del fútbol español y a todas ellas se adaptaba con suma facilidad. A mi juicio no era un 10 en nada, pero si un 7,5 en todo. Su compromiso era indudable, se enfrentara a quien se enfrentara, desde el mismísimo Roberto Carlos hasta Remacha, lateral izquierdo del Antequera (con todos mis respetos hacia él). Siempre cumplía y desarrollaba su trabajo de manera eficiente. Sus ayudas en defensa haciéndole la cobertura al lateral de turno, el pedir la pelota en los momentos difíciles, el asumir responsabilidades cuando otros se escondían, el buen hacer en ataque provocando faltas, penaltys, etc.. todo un cúmulo de cosas, que tal vez era la razón por la que los numerosos entrenadores que han desfilado por nuestro club, apostaban por él.
En los momentos en los que el viento no soplaba a favor siempre puso empeño por afrontar el problema y solucionarlo, nunca tuvo un mal gesto hacia los árbitros o compañeros, nunca alzó la voz ni hizo una rajada en prensa, y según me cuentan, era uno de los tipos más cachondos del vestuario.
Los curiosos os habréis fijado que los tiempos verbales utilizados en este artículo son el pasado, no es por mi voluntad de jubilarlo, ni muchísimo menos, sino porque una vez cerrado el periodo para dar de alta las fichas de los futbolistas y la lesión que padece el de Azuaga desde finales de la pasada temporada, unido al nuevo grupo de gestión deportiva que tiene la entidad, hacen vislumbrar la más que posible “jubilación forzosa”, al menos en lo que al equipo amarillo corresponde.
Tal y como hago referencia en el título del artículo, llegó sin hacer ruido y se marcha de igual manera, eso sí, dejando imágenes imborrables en la retina de los aficionados cadistas.
Muchas gracias por todo ello Enrique.
Jorge Vázquez