Yoni Weiss/portalcadista.com
Así se siente el cadismo después de una nueva manifestación de impotencia y de incompetencia de nuestra marinería. Como en el cuento “que viene el lobo, que viene el lobo” pero todos mirando para otro lado, mientras que el lobo se tiene que estar partiendo de risa al otro lado del Atlántico.
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No se podía hacer más ridículo que ante el Sevilla “C”, pues si, se rizaba el rizo ante el Hércules “B”. Ni siquiera se tuvo el respeto que se merecían los casi dos mil cadistas que se concentraron en Alicante para darle el último aliento a estos “mercenarios” que no se han merecido más de lo que tienen, la deshonra de haber llevado el submarino a lo más profundo de las aguas abyssales donde todo es oscuridad y de donde es muy difícil salir.

Siento profunda tristeza en estos momentos. Pero no por mí. Mi pensamiento está ahora mismo en esos autobuses que partieron anoche cargados de entusiasmo y que regresarán a altas horas con los ojos enrojecidos y cargados de odio hacia los que han hecho posible esta debacle.

Os juro que no he llegado ni a sufrir durante el partido, porque todo sonaba a guión escrito. Y que casualidad, el mismo que nos sacó de 2ªB con un penalti es el mismo que se encarga de condenarnos de nuevo al pozo con otro penalti. Tal vez no debió de haberlo tirado ya que su cabeza lleva ya bastante tiempo maquinando su huida hacia Varsovia y ahora recuerdo su carita de niño bueno cuando la famosa reunión en Carranza con aquellos 40 aficionados que fuimos a pedir explicaciones. “No os preocupéis que lo vamos a dar todo” decía para calmar los ánimos de los allí presentes. Pues menos mal machote, vosotros a volar del nido y nosotros a comernos la mierda. Es lo que hay.

Lo único que me ha sobrecogido el corazón ha sido la llamada de Mari Paz a Punto Radio. Con la voz entrecortada por el sollozo, maldecía a nuestros “jugadores” por haber sido capaces de hacer llorar desconsoladamente a su nieto de 7 años que a su vez es hijo de nuestro compañero Ajito.

Lo dicho, no se merecen más que la sombra de la maldición amarilla sobre sus espaldas por el resto de sus vidas deportivas.

Huid, huid, malditos.

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