Como siempre, hay que valorar el esfuerzo de nuestros jugadores. Hasta el último minuto se buscó la heroica a base de casta y empuje. El buen juego también lo pusimos nosotros. Un espectacular, y a la par efectivo, Lucas Lobos llevó la manija del equipo canalizando en gran parte el juego cadista. Regates, pases y un gran gol de falta directa (de los que desde el 2003 no marcaba nuestro equipo) hicieron la delicia de los presentes, recordándonos por momentos grandes tardes de fútbol en el templo de Carranza.

A raíz de ese gol pudo estar el primer contratiempo. Un equipo como el nuestro, inferior en muchas facetas al resto de equipos de la categoría, no puede permitirse el lujo de seguir jugando con alegría teniendo el marcador a favor. Quizás a partir de ese momento le debimos regalar el balón a un Osasuna que plantó un equipo en el césped para precisamente lo contrario. Quizás debimos a partir de ahí hacer el fútbol con el que más seguro se encuentra el Cádiz: aguantar atrás y salir a la contra. Sí, sé que no es bonito para ver en casa. Pero, qué quieren que les diga, a veces es el tipo de fútbol que da puntos. Y eso es lo que necesitábamos ayer. Un fútbol como el que desplegó Osasuna. Lleno de faltas, interrupciones, pérdidas de tiempo.

No somos un equipo cargado de técnica ni muchos menos. Pero a pesar de ello los de Aguirre manejaron el tiempo de juego con esas infracciones al límite del reglamento que al final sirven para dejar con cara de tonto al que termina perdiendo: nosotros. 30 faltas por 10 del Cádiz. El juego de subterfugio no es un sistema, ni mucho menos una filosofía. Al menos no debe serlo. Pero sí es un recurso más para resolver ciertos tipos de problemas que van apareciendo durante un partido.

Ayer, como en otros partidos, faltó (además de un poco de suerte) la mala leche y el oficio de una plantilla no acaba de asumir que eso es lo que ha veces hace falta en una liga de las estrellas en la cual no siempre es fútbol lo que reluce.

Viendo los números en casa y a domicilio, puede que sea ese el secreto. Lejos de Carranza el equipo no se siente obligado a agradar. Se siente cómodo siendo ellos mismos y, sabiendo cual es el límite de sus posibilidades, saben explotar esa virtud de destruir más que de crear. Lo mismo estamos a tiempo de rectificar y pensar que en casa tenemos que hacer lo mismo. Ahora solo vale la permanencia. El buen fútbol vamos a dejarlo para cuando el puesto en la clasificación lo permita. Y, para ello, también los aficionados tenemos que cambiar el chip y saber que si no se puede de una manera, mejor intentarlo de otra aunque sea menos espectacular.

Ojala no tengamos que volver a ver a la Marmota de Bill Murray nunca más.

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