Miguel A. Vallecillo/portalcadista.com

Voy a desmarcarme un momento de toda la vorágine que estamos soportando sobre el caso de Kiko Femenía que, como es obvio, debe tener la atención de casi todos nuestros sentidos. Pero entre tantas resoluciones, recursos, circulares, reglamentos y demás asuntos que al que menos va a terminar convirtiendo en un experto en derecho deportivo, hay lugar para reflexionar sobre más cosas.

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Un servidor jamás le va a decir a Antonio Muñoz en qué tiene que gastar el dinero de su empresa y en dónde no debe hacerlo. Pero sí tengo que decirle siempre, que no se puede cambiar el discurso cuando le convenga. Al menos, si lo hace, que sepa que algunos nos damos cuenta.

Antonio Muñoz es enemigo de hablar de cifras cuando se trata de ingresos y no tanto cuando se trata de gastos. No dudó en ningún momento airear el precio que la entidad tuvo que pagar para hacerse con los servicios de Parri (600.000 euros) o cuando se trata de hacer ver el “escalón salarial” que se produjo la pasada temporada con los jugadores que llegaron de la mano del tándem Baldasano-Carnero.

De la misma forma, no estaría mal que hablara a cuánto asciende la cantidad que la UD Almería ha dejado en las arcas del Cádiz en concepto del traspaso de Chico o cuánto se ingresó por el mismo concepto cuando Lucas Lobos fue vendido al Tigres de Monterrey.

Soy consciente de que en el fútbol actual, el sentimiento y la empresa están delimitados por una línea muy delgada. Pero aunque los palcos se llenen de “empresa”, las gradas siempre estarán llenas de “sentimiento”. Sin el segundo jamás podrá haber primero.

Son estas pequeñas cosas las que terminan dando o quitando confianza al aficionado con respecto a la gestión económico-deportiva del club. Al final, siempre recibes lo que has dado.

Lo dicho: de dinero, o hablamos siempre o no hablemos nunca.

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